Última ronda by Tim Powers

Última ronda by Tim Powers

autor:Tim Powers [Powers, Tim]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-02T00:00:00+00:00


* * *

Su día había pasado hacía ya cuarenta y ocho horas, pero Snayheever volvía a lucir el tocado indio de plumas. Las plumas chorreaban bajo la lluvia.

Estaba sentado en la hierba mojada, en la estrecha franja de parque situada ante el Mirage, ante la fachada que daba al Strip. Enfrente de él, al otro lado de la valla en la que, por mucho que lloviera, se apelotonaban, cámara de vídeo en alto, las siluetas oscuras de los turistas, las aguas revueltas del estanque se extendían hasta el pie del volcán. Aunque la brisa nocturna le llegaba cargada de olores a tubo de escape y a ropa mojada, se sentía como si estuviera bajo el agua, muy abajo. La brisa hizo aletear ante él las plumas empapadas, y le pareció estar entre algas y gorgonias.

Eso le ayudaba a reprimir el dolor de la mano destrozada. La noche anterior, al recobrar el conocimiento, tendido en el suelo de contrachapado de la caja de la autopista Boulder, se miró la mano derecha y se echó a llorar. La bala se la había reventado y le faltaba un dedo entero. Había intentado volver a Las Vegas con el viejo Morris, pero le costaba demasiado manejar la palanca de cambios con la mano izquierda y, además, no veía bien: percibía por duplicado cada par de faros que se acercaba de frente, y en el cielo brillaban dos lunas. Acabó por abandonar el coche en el arcén y regresar a pie a la ciudad.

La caminata fue larga. A medida que se le enfocaba la vista, el dolor de la mano creció hasta convertirse en un latido al rojo, así que se esforzó en devolver la mente a la nebulosa de la conmoción.

Se sintió como el buzo que suelta el aire para sumergirse y, vagamente, comprendió que estaba entregando su identidad, su voluntad, su personalidad, aunque nunca las había tenido en mucha estima.

Nunca le había parecido que el resto de la gente estuviera viva de verdad, pero en aquel momento ya no eran más que móviles angulosos agitados por una brisa cualquiera, sin pretensión alguna de tridimensionalidad. Supo de repente que si las personas parecían tener profundidad y volumen era solo porque siempre estaban frente a él, y que, en cuanto se movía, su superficie cambiaba.

Como las personas ya no lo distraían, podía ver a los dioses.

Los había visto aquella tarde al caminar por el Strip bajo la lluvia, sintiéndose como si nadara y utilizando la mano mal vendada a modo de aleta; los había visto, y el tamaño aparente era tan irrelevante que en un momento parecían empequeñecer los altos edificios de los casinos y, al siguiente, remedar los ornamentos del capó de los coches que pasaban.

En la entrada del Imperial Palace había visto al Mago, sentado ante una mesa cubierta de fieltro verde en la que había una pila de monedas, una copa y un ojo. Y la Muerte, momificada, había bajado por el centro de la calle con las patas largas y delgadas



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